Una marea que choca contra el muro de la institucionalidad

Para quienes viven junto al mar, reconocerán que la marea es una fuerza indomable que choca una y mil veces contra los muros de contención que construyen los seres humanos para dominar la naturaleza.  Esa marea es para nosotros también una metáfora.

Los estudiantes secundarios y universitarios de Chile «se han echado a andar» nuevamente y aunque parezca algo repetido, nos sorprenderíamos de constatar que gran parte de las exigencias y demandas de hoy de los estudiantes tienen una similitud sorprendente con aquellas de 2006.

Tal como lo hicieron a su modo el año 2006, cuando conmovieron los cimientos del sistema educacional y del sistema político, los estudiantes reclaman soluciones. Algo tiene que estar pasando políticamente en esta sociedad chilena, que transcurridos dos años desde las más grandes manifestacciones estudiantiles de la historia reciente del país, se vuelvan a repetir casi las mismas demandas.

Esta vez -a mediados del año 2008- las demandas son sensiblemente casi las mismas: fin al lucro en la educación, eliminación de la nueva Ley General de Educación que consagra el lucro y, por cierto, calidad en la educación.

Y serán como una marea, una maresa cada vez más grande y poderosa que chocará contra el muro de la institucionalidad educacional y política, para derribar un acuerdo político e ideológico -entre el gobierno y la alianza de derecha- y que tiende a consolidar este sistema educacional injusto y desigual.

Algunos tratarán de demonizar el movimiento estudiantil, colgándole el mote de la violencia, centrando el enfoque en algún acto aislado o en un gesto de rebeldía.  Inutil tentativa: el fondo de la cuestión sigue siendo y continuará siendo la demanda estudiantil justa y certera, porque esta generación de alumnos secundarios, estos «hijos de la reforma» son jóvenes mucho más conscientes de sus derechos, con una mentalidad mucho más abierta. 

LAS MULTITUDES INTELIGENTES

Salen a la calle en desbandada.  Se encuentran en las esquinas y las plazas y los parques y las veredas y se saludan.  Se reconocen por las vestimentas, por los colegios, por el peinado.  Se llaman entre ellos por celular y se envían a cada instante abundantes SMS escritos en lenguaje abreviado para darse avisos, citas y señales.

Salen de un lugar y se desplazan en orden disperso.  Recorren los centros urbanos.  Están y son. La ciudad les pertenece sin pertenecerles. Están y son parte del paisaje urbano y no necesitan hacerse notar.  Llevan sus Ipods prendidos: van escuchando música y voces y ritmos estridentes.  Conocen de emoticones y se reconocen como parte de distintas y diversas tribus urbanas.

Bienvenidos a las multitudes inteligentes. 

¿No querían jóvenes más politicos y más politizados?  ¿No se quejaban que los jóvenes «no estaban ni ahí» con el sistema y con la política?.   Pues ahora, escuchen y vean…

Manuel Luis Rodríguez U.

(Este artículo fue publicado originalmente, en mayo del 2008).

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